Centro Holística Hayden

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3 de febrero de 2012

ACUARIO, Signo de aire


En el centro mismo de nuestra experiencia, en ese punto inamovible, axial, que la rueda vertiginosa del carrusel de los sentidos no logra dislocar, pese al asalto incesante de una y otra reacción emocional, justo allí, en ese foco interior comparable al núcleo quieto del ciclón, está situado el Observador.
El Observador nos observa sin pestañear, sin perder el hilo, divagar, juzgar o justificar; sin vergüenza, culpa, o anticipación. Funciona, simplemente, como
un testigo de nuestro sentir y nuestro actuar. Escucha cada uno de nuestros pensamientos, conoce cada una de nuestras sensaciones; contempla la incesante lucha interna sin tomar partido. Impasible, se percata de cada entusiasmo y de cada retirada, escrutando con la misma imparcialidad lo inconfesable y lo sublime, el embeleso y el hastío. Registra, con fidelidad holográfica, cada una de estas experiencias en su memoria infinita.
El Observador observa cada instante, y lo conserva con precisión, pero no se mueve ni se altera. No acude a socorrernos, ni nos toca el hombro para recordarnos que en esa piedra ya tropezamos. Esa parte corre por cuenta nuestra.
En el espacio del Observador, todos los vectores coinciden, ensamblando alma y cuerpo, percepción y circunstancia. Su impecable darse cuenta se equilibra en la cresta de una ola que no se detiene jamás, la ola infinita del ahora. En ese punto siempre presente, en ese aleph, podemos recibir la información exhaustiva de sus archivos, asomarnos a la percepción inaudita de sus radares multidimensionales.
Para acceder a ese poderoso darse cuenta, sin embargo, necesitamos silenciar el yo, separador de todas las cosas, y hacernos uno con el Observador. Dejando ir los pensamientos, que recrean sin descanso el pasado y el futuro, despertamos a la vibrante intensidad de un presente vivo. Avanzamos desde una periferia de la rueda de experiencia hacia el eje, el lugar donde los rayos de esa rueda convergen en un vórtice de conciencia cuyo único propósito es observar.
El arquetipo de Acuario, signo aéreo, sideral, de espaciosa mente y cósmico anhelo, cataliza en nosotros ese impulso a hacernos uno con el Observador. Activándonos la sed de identificarnos con su universalidad. Por eso nos tienta de mil maneras a buscar una perspectiva jamás imaginada, nos invita secretamente a conocer una libertad sin límites. Nos insta sin tregua a dejar atrás los esquemas que fueron seguridad y explicación. Nos electriza, en suma, con el deseo de transformar nuestra mente en Mente.
Rigen este signo complejo dos planetas arquetípicamente antagónicos: Saturno y Urano. Saturno representa la estructura y la duración, Urano la libertad, la visión creativa. Esa tensión entre lo necesario y lo posible articula la genialidad de Acuario, y también su locura.
Urano, abstracto, deslumbrante, se parece a un Gran Arquitecto cósmico. Simboliza la mente única, universal, desplegando la maravillosa geometría y belleza de la creación, el diseño luminoso de los planos del universo. Acuario, el signo donde nuestra mente aspira a conocer esos planos –la ciencia–, y se excita con el deseo de aplicarlos a la convivencia humana, el cambio social, la revolución creativa.
Saturno, concreto, terrestre, indispensable, estructura nuestra mente, ordena nuestra explicación del suceder. Los seres humanos civilizados no caminamos sobre el suelo que pisan los pies, caminamos sobre nuestras ideas. Son nuestras ideas las que nos orientan y sustentan, nuestras conversaciones las que van tejiendo un mundo. Saturno consolida férreamente este piso mental para que podamos caminar.
Equilibrar ambos poderes interiores es constante desafío. Uno quiere que todo siga como está, seguro, probado, conocido, funcionando, Saturno; otro, que ha tenido la visión de un mundo nuevo, quiere tirarlo todo por la borda para crear libremente una realidad pura, a la medida del ideal, Urano.
Ciertamente, se trata de un balance difícil, frecuentemente explosivo.
Demasiado Saturno en la mente nos aplasta, nos deja sin creatividad: entramos a un laberinto represivo y depresivo, nos encerramos con nuestra propia llave en una prisión interior.
Con demasiado Urano en la mente la excitación simplemente nos vuelve locos. Se nos olvida comer, dormir, descansar; nos saltamos el detalle de estar encarnados en un cuerpo, de tener que compartir en sociedad. Identificados con la electricidad de la idea, perdemos la capacidad de responsabilizarnos de nosotros mismos. Terminamos solos, aislados; eventualmente, internados.
Nacer Acuario trae ese enorme desafío de equilibrio a la vida personal. ¿Cómo unir la necesidad de conservación de lo propio con el anhelo quemante de entregarse sin amarras a un ideal colectivo, de crear un futuro abierto para todos?

Gonzalo Pérez Benavides. 

Namaskar

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