Centro Holística Hayden

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30 de marzo de 2013

La crisis mortal de la iglesia pisceana

Joseph Ratzinger había pertenecido al sector más bien progresista de la Iglesia durante el Concilio Vaticano II, en el que fue asesor del cardenal Frings y donde defendió la necesidad de un ‘debate abierto’ sobre todos los temas, pero luego se fue alineando cada vez más con el ala conservadora, y como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (la antigua Inquisición) fue un adversario resuelto de la Teología de la Liberación y de toda forma de concesión en temas como la ordenación de mujeres, el aborto, el matrimonio homosexual e, incluso, el uso de preservativos que, en algún momento de su pasado, había llegado a considerar admisible.

Esto, desde luego, hacía de él un anacronismo dentro del anacronismo en que se ha ido convirtiendo la Iglesia. Pero sus razones no eran tontas ni superficiales y quienes las rechazamos, tenemos que tratar de entenderlas por extemporáneas que nos parezcan. Estaba convencido que si la Iglesia católica comenzaba abriéndose a las reformas de la modernidad su desintegración sería irreversible y, en vez de abrazar su época, entraría en un proceso de anarquía y dislocación internas capaz de transformarla en un archipiélago de sectas enfrentadas unas con otras, algo semejante a esas iglesias evangélicas, algunas circenses, con las que el catolicismo compite cada vez más -y no con mucho éxito- en los sectores más deprimidos y marginales del Tercer Mundo. La única forma de impedir, a su juicio, que el riquísimo patrimonio intelectual, teológico y

artístico fecundado por el cristianismo se desbaratara en un aquelarre revisionista y una feria de disputas ideológicas, era preservando el denominador común de la tradición y del dogma, aun si ello significaba que la familia católica se fuera reduciendo y marginando cada vez más en un mundo devastado por el materialismo, la codicia y el relativismo moral.

La Reaparición de Cristo

La razón por la cual Él [Cristo] no ha venido nuevamente se debe a que sus seguidores no han realizado el trabajo necesario en todos los países. Su venida depende en gran parte, como veremos más adelante, de que se establezcan las correctas relaciones humanas, lo cual fue obstaculizado por la iglesia en el transcurso de los siglos, y no ha ayudado a ello debido a su fanatismo de hacer "cristianos" a todos los pueblos, en vez de seguidores del Cristo. Ha recalcado la doctrina teológica y no el amor y la comprensión amorosa como Cristo la ejemplificó. Predicó la doctrina del iracundo Saúl de Tarso y no la del bondadoso carpintero de Galilea. Por eso Él está esperando. Pero su hora ya ha llegado, debido a la "necesidad" de todos los pueblos, a la demanda invocadora de las masas de todas partes y a la petición de Sus discípulos que profesan todos los credos y religiones del mundo.
Permítanme dar un ejemplo; la afirmación espiritual hecha por Shri Krishna en la Canción del Bendito, El Bhagavad Gita, fue un enunciado preparatorio para la venida de Cristo. En ese canto dice:
"Siempre que haya un debilitamiento de la Ley y un crecimiento de la ilegalidad en todas partes, entonces Yo Me manifiesto. Para la salvación de los justos y la destrucción de aquellos que hacen mal, para el firme establecimiento de la Ley Yo vuelvo a nacer edad tras edad".
En el período sin ley y pecaminoso del Imperio Romano, vino Cristo.
Otro ejemplo de una invocación notable y muy antigua reside en el Gayatri donde la gente invoca al Sol de la Rectitud, en las Palabras: "Descúbrenos la faz del verdadero Sol espiritual, oculto tras un disco de luz dorada, a fin de poder conocer la verdad y cumplir nuestro deber, al encaminarnos hacia Tus sagrados pies".
A esto deberíamos añadir también las Cuatro Nobles Verdades, enunciadas por Buda y bien conocidas por todos nosotros, que resumen las causas y el origen de todas las dificultades que conciernen a la humanidad. Hay muchas traducciones de estas verdades a las que me he referido; todas imparten el mismo anhelo y llamado, y todas son esencialmente correctas en cuanto al significado. Durante la dispensación judía, se dio una proclama respecto a la conducta humana en las palabras de los Diez Mandamientos, sobre los que está basada la ley humana y se han fundado las leyes que rigen las relaciones de los pueblos de Occidente. Ello ha desembocado en una concepción algo estrecha de la Deidad; estos Mandamientos son didácticos y presentan el ángulo negativo. Luego vino Cristo y nos dio la ley fundamental del universo, la Ley del Amor; también nos dio la plegaria del Señor o el Padrenuestro, con su énfasis sobre la Paternidad de Dios, la llegada del Reino y las rectas relaciones humanas.
Ahora se dio al mundo la Gran Invocación, tal como la emplea la misma Jerarquía. Tan reaccionario es el pensamiento humano que mi declaración de que es una de las más grandes plegarias del mundo y se halla a la par de cualquier otra expresión del deseo o intención espirituales, evocará críticas, lo cual no tiene importancia. Sólo unos pocos -muy pocos- en los primeros días del cristianismo, emplearon el Padre Nuestro porque debía ser registrado, expresado en términos comprensibles y traducido adecuadamente, antes de ser empleado ampliamente. Tomó siglos de esfuerzo para lograrlo. Actualmente tenemos todas las facilidades para una rápida distribución y han sido empleadas en beneficio de la Gran Invocación.
La excepcionalidad vinculada con esta Invocación consiste en que es, en realidad, un gran método de integración. Vincula al Padre, al Cristo y a la humanidad, en una gran relación. Cristo puso siempre énfasis sobre la Paternidad de Dios y Lo sustituyó por el cruel y celoso Jehovah de la tribu de la nación, donde había ido para obtener un vehículo físico. Cristo era judío. En el capítulo XVII del Evangelio de San Juan (otro de los principales enunciados espirituales del mundo) Cristo hizo resaltar la relación de la conciencia crística con la conciencia de la Deidad misma. Vinculó el concepto de la mónada con la personalidad fusionada con el alma plenamente desarrollada, y la unidad que subyace entre los seres en todas las formas, con el Padre. La posibilidad expresada allí está muy distante, excepto en conexión con la Jerarquía espiritual; sin embargo, es bueno recordar que han logrado una meta hacia la cual están trabajando todos los verdaderos discípulos e iniciados. La Gran Invocación relaciona la voluntad del Padre (o de Shamballa), el amor de la Jerarquía y el servicio de la Humanidad, en un gran Triángulo de Energías; este triángulo traerá dos resultados principales: el "sellado de la puerta donde se halla el mal" y el desarrollo del Plan de Luz y de Amor mediante el poder de Dios, liberado sobre la tierra, por medio de la invocación.
Esto no es un sueño vano. Desde el ángulo de la conciencia humana, el vehículo de luz está ante todo constituido por los grandes sistemas educativos del mundo, con su capacidad para el mejoramiento y la amplificación de la conciencia, para el mejoramiento de la humanidad y no para su destrucción, como a menudo sucede en la actualidad; a esto debe acoplarse el firme cambio o conversión de la realización científica, por medio de la iluminación, que la sabiduría traerá; en el pasado, esto ha protegido la aspiración y el progreso humanos, para la llegada de la luz. En la luz que trae la iluminación, veremos, eventualmente, la Luz, y llegará el día en que millares de los hijos de los hombres e incontables grupos, podrán decir con Hermes y Cristo: "Yo soy (o nosotros somos) la luz del mundo".
Cristo dijo que los hombres "aman más la oscuridad que la luz, porque sus actos son malos". Sin embargo, una de las grandes bellezas que surgen en la actualidad es que la luz está siendo vertida en todo lugar oscuro, y nada hay oculto que no será revelado.
Cuando invocamos la Mente de Dios y decimos: "que la luz afluya a las mentes de los hombres, que la luz descienda a la tierra", enunciamos una de las grandes necesidades de la humanidad y -si la invocación y la plegaria significan algo- la respuesta es cierta y segura. Cuando descubrimos, en todas las épocas, en cada era y situación, el impulso de los pueblos en su anhelo por elevar un llamado al Centro espiritual invisible, hay una firme seguridad de que tal centro existe. La Invocación es tan antigua como las montañas o la humanidad misma, por lo tanto no requiere ningún otro argumento en favor de su utilidad o potencia.
El llamado invocador común ha sido hasta ahora de naturaleza egoísta, y temporario en su formulación. Los hombres han orado para sí mismos; han invocado la ayuda divina para quienes aman; han dado una interpretación materialista a sus necesidades básicas. La invocación, dada últimamente por la Jerarquía, es una plegaria mundial, no un llamado personal ni una urgencia temporaria e invocadora; expresa la necesidad de la humanidad y atraviesa todas las dificultades, dudas e interrogantes, yendo directamente a la Mente y al corazón de Aquel en Quien vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser, Que permanecerá con nosotros hasta el fin de la era y "hasta que el último cansado peregrino haya encontrado su camino al hogar".
Pero la Invocación no es vaga ni nebulosa. Expresa las necesidades básicas de la humanidad actual -la necesidad de luz y amor, de compresión de la voluntad divina, para que finalice el mal. Triunfalmente dice: "Que la luz descienda a la Tierra; que Cristo retorne a la Tierra; que el propósito guíe a las pequeñas voluntades de los hombres; que el Plan selle la puerta donde se halla el mal". Luego resume todo eso con palabras de clarín: "Que la luz, el amor y el poder restablezcan el Plan en la Tierra". Siempre el énfasis sobre el lugar de aparición y de manifestación: la Tierra

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