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13 de junio de 2013

PELÍCULA AVATAR, INTERPRETACIÓN ESPIRITUAL

Antes del estreno de este ya consolidado éxito, el director, James Cameron, gozaba de gran popularidad a través del fuerte impacto que entre los cinéfilos tuvo su anterior obra maestra: Titanic. El gran público recuerda la versión de Cameron del archiconocido desastre náutico como una película eminentemente romántica, pero, en realidad, Avatar y Titanic tienen intensos puntos en común en relación al modo que tiene su creador de filosofar sobre los problemas sociales y culturales más agudos de nuestro tiempo. Ambas películas, por ejemplo, son abiertamente milenaristas, aunque este punto sea mucho más explícito en aquella de la que va a ocuparse este artículo. La prodigiosa recreación del naufragio se estrenó tres años antes de la gran frontera arquetípica del año 2000, en un momento en que la Humanidad tenía tan aguzada la aprehensión hacia el incierto futuro como ahora, que estamos enfilando la autopista temporal hacia el nuevo símbolo inquietante que representa el año 2012, siendo ese exactamente el mismo lapso de tiempo que separa el estreno de Avatar de esta nueva referencia milenarista. El 14 de abril de 1912, el día de la catástrofe, un mito s
e encarnó y afectó tan severamente a la historia tangible de nuestro tiempo como a la sensibilidad filosófica de nuestra alma colectiva. Durante casi un siglo el enorme pecio, buque insignia que fue y es de nuestra desmedida ambición tecnológica, inquiere a nuestra raza con la turbadora pregunta Quo Vadis? Obviamente, este es el quid por el que Cameron eligió este tema para su obra de 1997, y es el hilo que no suelta en su creación para el 2009 (los grandes temas tienen la cualidad de no pasar de moda, desde luego, fácilmente). De hecho, José Antonio, el autor de este sagaz artículo, se explayará más abajo hablando de las relaciones entre el argumento de Avatar y el mito prometeico, y Titanic es el adjetivo que deriva del sustantivo titán, siendo los titanes la raza de seres mitológicos a la que pertenece Prometeo. Es que es el conflicto prometeico el ominoso laberinto en que nuestro mundo, más que ninguna cultura anterior, se halla atrapado. Por un lado, la creación y la individuatoria búsqueda del fuego de la sabiduría, de la Iluminación, siguen conformando lo más profundo, lo más real y lo más sagrado de nuestro ser humano, esa nuestra legítima aspiración divina, y, por otro, ocurre que investigar y crear todo lo que se pueda no es sinónimo de investigar y crear todo lo que se deba. Aún respetamos el tabú del incesto, pero hace rato que hemos violado otro, para los griegos una afrenta aún más grave: el arrogarnos el papel de dioses y actuar como si la más alta, la única, inteligencia creadora que existiera en el Cosmos fuera la nuestra, usurpándoles ese fuego a ellos. Estos onerosos dilemas propios de una Humanidad al borde del abismo de un cambio radical de era nos parece que bien a la vista están, y así desde luego es para este guionista, director y productor según nos muestra en sus dos últimas ciclópeas creaciones. Mas no sólo en ellas: estas preocupaciones ya quedaron abiertamente expuestas en su guión de 1995, Días extraños, un excelente thriller futurista, cuya trama se condensa precisamente alrededor de unos caóticos y frenéticos días finales de 1999. Una película ya olvidada, que pasó injustamente para la crítica y el público sin pena ni gloria. En realidad, el grueso de la filmografía de Cameron toca de un modo más o menos explícito estas cuestiones o se extiende por motivos mitológicos adyacentes. Queda entonces claro para cualquier analista de talante junguiano de qué valor es la sensibilidad de este artista hacia los contenidos de nuestro inconsciente colectivo e incluso de qué constelación arquetípica de rabiosa actualidad es portavoz y vocero. No nos puede extrañar, por tanto, que sepa perfilar a veces tan bien la función y el carácter de ciertos personajes arquetípicos en sus historias, como es el ánima en forma de Neytiri, que transforma al soldado Jake Sully, en Avatar, o el animus encarnado en el pintor Jack Dawson, en Titanic, una magnífica recreación al mismo tiempo del Puer aeternus que se enfrenta a la máscara que rige el decadente carácter del espíritu de nuestra época, y que logra arrancar para siempre del rostro de la bella Rose DeWitt, la mujer que atraviesa la tragedia del naufragio como si del héroe Ulises se tratara, enfrentada a su propia Nekya(el descenso a las infiernos, al mundo de los muertos). Supongo que por esta especial sensibilidad hacia la realidad mítica aceptó aparecer como actor en una mediocre comedia de Albert Brooks titulada precisamente La musa, de 1999 (musa y anima son esencialmente la misma cosa).
Como expresará después José Antonio, la repercusión masiva de un evento artístico de cariz fantástico es a menudo el aval que nos garantiza que se están tratando en él asuntos de alta relevancia para el inconsciente colectivo, aunque la conciencia no entienda bien qué tiene que ver su mundo sensible con esa hermética mitología que está siendo representada. En el caso de Avatar, sin embargo, una parte sustancial del contenido alude a una problemática inmediatamente reconocible en nuestras vidas cotidianas: la destrucción del equilibrio ecológico. El mensaje es, a ese nivel, transparente. Aunque, como en toda película de ciencia ficción, la trama se contextualice en el futuro remoto, el espectador siente que todo eso está ocurriendo, en efecto, ahora mismo. Más difícil de captar por la conciencia, pero de mayor relevancia aún para el inconsciente, es la unión indiferenciable que hace el argumento de este problema tan tangible con el más abstracto relativo a la falta de valores espirituales de nuestra cultura. La amalgama de ambas cuestiones, que, de hecho, no debieran entenderse nunca distintas, crea un contenido que resuena muy profundo, en el centro del ser del hombre contemporáneo. Es por esto por lo que pocos días atrás saltaba a los periódicos internacionales la noticia: miles de espectadores se han sumido en la depresión después de asistir a la proyección. Algunos, no pocos, con fuertes pensamientos suicidas. Este malestar es exactamente el malestar en la cultura: el alma ve prístinamente reflejada la enfermedad de su angustia, atrapada en una cultura bárbara y despiadada en relación a los auténticos valores que alimentan la flor de oro del ser humano natural, el cual no quisiera sentirse nunca huérfano de bosques y de dioses. Se ve como a nuestro slogan "sociedad del bienestar" se le cae la careta nada más se mire de reojo a un espejo, a estas alturas. Al hombre interior ya no lo engaña tan fácilmente el dulce opio del fascinante circo tecnológico que hemos ido construyendo. Aunque, eso sí, una gran paradoja envenena este panfleto transcientifista desde el principio: la gente recibe el mensaje a través de un sofisticado mecanismo óptico 3D (puesto en marcha por las corporaciones industriales del cine fundamentalmente para frenar la piratería). Sí, estamos muy atrapados aún en nuestro círculo vicioso y en la profunda escisión de nuestro ser. Por eso la película a la hora de resolver no se anda con chiquitas y propone un tratamiento drástico, que hasta implica sacrificarse como producto tecnológico a sí misma: radicales muerte y renacimiento, atravesando una transformación tan contundente de nuestra naturaleza que deja atrás incluso la forma humana. Borrón y cuenta nueva. Regreso de sopetón al paraíso Paleolítico. De hecho, no quiere dar más oportunidades ni a nuestra especie ni a la civilización que hemos armado desde entonces. Sólo propone esperanza en ese extremo salto cuántico evolutivo, paradójico (hacia atrás y hacia adelante, a la vez), que cuanto más literalmente se perciba, más profundamente deprimente es, por impracticable, y he aquí por qué la película está produciendo esa desesperación en masa. Se expone una problemática perfectamente tangible para conciencia e inconsciente, con la cual es imposible no identificarse, y se propone una solución que para la conciencia moderna es un imposible. Es una situación anímica horrible. En un estado mental así, el inconsciente incita con vehemencia hacia el arquetipo de la muerte y el renacimiento, en el sentido de la espiritualización gnóstica, de la individuación, en conexión con el mismo mitologema ya usado en el guión. Lo que propuso siempre a todos aquellos que alcanzaron la percepción gnóstico-platónica de que el mundo tangible es una cueva de mentiras, que a día de hoy incluso está a rebosar de basuras. Pero esas conciencias vuelven a percibirlo todo literalmente, y sienten ese impulso a quitarse de hecho la vida. Entonces, lo que falta en todo esto es comprender las claves de la realidad arquetípica. Entender que Pandora no es un irreal planeta remoto, sino Gaia, que es algo tan sólido y tan cercano como las rocas que contiene, aunque pensemos aún que es un mero concepto, y que los Na´vi son en realidad los elfos, duendes y hadas que siguen viviendo, como antaño, en lo recóndito de los bosques y en los arroyos límpidos y secretos del alma (son los mismos lugares), donde aún no alcanzan ni las excavadoras ni los estúpidos pensamientos modernos acerca del ser y la vida. Son los arquetipos. Con los que por supuesto no sólo podemos, sino debemos relacionarnos, aquí y ahora. Sólo a través de las transformaciones que conllevan las tormentosas relaciones de amor entre los arquetipos y la conciencia tenemos la opción de recuperar el equilibrio ecológico, con el medio ambiente y con nosotros mismos. Desde luego todo esto implica cambios lacerantes, renuncias dolorosas, todo lo cual expone Cameron en la gran pantalla sin ambages, pero es algo que ya no podemos postergar mucho más. El ingente número de personas conmocionadas por esta historia que saben que desgraciadamente los hombres nunca serán ni ángeles ni elfos, deberían apostar con esperanza, sin embargo, por el Hombre Nuevo. Lo cual es una mutación posible al menos en algunos individuos de nuestra especie.
Siempre me resultó muy sugerente aquel título de Cameron: los nuestros son, ciertamente, días extraños. Tiempo enrarecido, artificioso, tóxico. Unos días antes de conocer siquiera la existencia de esta película, acabé por casualidad tomando unos vinos en una tasca de pueblo con unos entrañables amigos sevillanos. Uno de ellos es arqueólogo aficionado, y me contaba de los progresos de su equipo en la investigación de un asentamiento prehistórico en los alrededores. En un momento de la conversación, hubo un silencio, "pasó un ángel", como se dice, y entonces yo le espeté algo que me vino a la mente en ese instante: "Tenemos imperiosamente que volver al Neolítico, ¿verdad, Antonio?" Y él, removiendo lentamente el azúcar de su café, sin levantar la cabeza, respondió: "Hombre, por supuesto..."

Introducción
Como conocedor de la obra del psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, soy muy consciente de que cuando una película convoca a tantos espectadores, a grupos tan inmensos, significa que algo en las profundidades de lo inconsciente está siendo representado o manifestado, de alguna manera, en esa película. Un arquetipo está activo[1] y presto para manifestarse en la consciencia colectiva. Antecedentes recientes los constituyen películas como El Señor de los Anillos, basada en la epopeya de J. R. R. Tolkien o, las tres partes de Matrix, por ejemplo.
Al igual que sucede con las películas mencionadas, así como con "La Guerra de las Galaxias" u otras semejantes, un análisis jungiano, más o menos completo, del simbolismo que encierra AVATAR demandaría, cuanto menos, un voluminoso libro. Por lo tanto, la hermenéutica que a continuación se desarrolla, sobre algunos de los símbolos más conspicuos de la película AVATAR, debe entenderse como un mero esbozo.

Algunos apuntes sobre el significado del término AVATAR
La película transcurre en el futuro, concretamente en el año 2154. El protagonista de la película, Jake Sully, es un ex-marine confinado en una silla de ruedas que, a pesar de su parapléjico cuerpo, todavía es un guerrero de corazón. Jake ha sido reclutado para viajar a un nuevo mundo llamado Pandora, donde las corporaciones están extrayendo un mineral extraño que es la clave para resolver los problemas de la crisis energética de la Tierra. Al ser tóxica la atmósfera de Pandora, las corporaciones han creado el programa Avatar, en el cual los humanos "conductores" tienen sus conciencias unidas a un avatar, un cuerpo biológico controlado de forma remota que puede sobrevivir en el aire letal. Estos cuerpos están creados genéticamente de ADN humano, mezclado con ADN de los nativos de Pandora, los Na'vi. Ya en su forma avatar, Jake puede caminar otra vez. Ha recibido la misión de infiltrarse entre los Na'vi, los cuales se han convertido en el mayor obstáculo para la extracción del preciado mineral. Pero una bella Na'vi, Neytiri, en lenguaje jungiano su anima, salva la vida de Jake, y todo cambia. Jake es admitido en su clan y aprende a ser uno de ellos, lo cual le hace someterse a muchas pruebas y aventuras. Mientras, los humanos siguen con su plan, confiando en que la información de Jack les sea útil para desalojar a los nativos, utilizando los medios que sean necesarios.

Comencemos por el sugerente título de la película: AVATAR. En los libros hindúes denominados Puruna, posteriores a los Veda, se hace, por primera vez, mención a las encarnaciones de ciertas divinidades, especialmente de las del dios Visnú, una de las tres formas sustanciales de la divinidad. Este dios encarna el principio conservador o preservador del universo, lo que resulta muy apropiado, por cierto, puesto que se trata de un aspecto Salvador, como también lo es Cristo. Visnú es uno de los pocos dioses hindúes que tiene la capacidad de reencarnarse y bajar al mundo de los hombres, para liberarles de algún gran mal, o sea, cuando la tierra y el hombre le necesitan. Esto ha ocurrido diez veces y la forma que el dios ha adoptado en cada una de ellas recibe el nombre de "avatara" (avatar) o terrenalización, esto es, en lenguaje cristiano, de divinidad mesiánica encarnada. Tenga el lector en cuenta que, en la cosmogonía hindú, el tiempo es cíclico (en contraposición a la linealidad temporal dominante en el Occidente moderno), donde se producen fases de creación, diferenciación y destrucción (alboradas, zénits y ocasos). El héroe de la película, que es un ser híbrido, cuyo ADN es, en parte, Na´vi (indígena), en parte, humano, recibe el nombre de avatar. Sucede, pues, que el humano y el avatar están conectados a un nivel cerebral, de modo que la parte humana guía al cuerpo avatar. Son como dos manifestaciones de una misma consciencia, la avatar y la humana. Esto se asemeja mucho al sexto avatar de Visnú, Parasurama, el héroe encargado de devolver a la casta de los brahmanes su papel preeminente en la sociedad india.

El símbolo de los hermanos gemelos
Regresemos al principio de la película. Jake es el hermano gemelo de un brillante científico que, por una fatalidad del destino, es víctima de un atraco y muere a manos de su atracador. Por lo tanto, ya aquí nos encontramos con un motivo arquetípico muy interesante: los hermanos gemelos [2]. El gemelo luminoso, Thomy, es el brillante científico; el oscuro, Jake, un ex-marine tullido confinado en una silla de ruedas. Los gemelos representan, desde un punto de vista simbólico, la dualidad que se aplica al curso del sol durante el día. Son, en general, los libertadores y guías de la humanidad, renovando las cosas caducas e imperfectas. Prestemos atención al giro inesperado del destino que le lleva a Jake a embarcarse en una nueva aventura heroica: la muerte de su hermano. Esto, en una época como la nuestra, viene a representar una "enantiodromía", un giro hacia lo contrario. O sea, es necesario que muera el hermano luminoso, el científico inflado por sus conocimientos, para que el hermano oscuro, el luchador pueda llevar a cabo su tarea renovadora. De hecho, es precisamente la sombra, el hermano oscuro, en el sistema psíquico, quien está en contacto con las imágenes arquetípicas de lo inconsciente colectivo, al menos inicialmente. Lo que representa este juego de opuestos es lo siguiente: la muerte del hermano luminoso de Jake es un rito de paso que significa un sacrificio, un ocaso, quedando el héroe a expensas de un oscuro camino en pos de la noche caótica de lo desconocido del Mundo y de la Psique misma. La sombra del científico muerto resulta ser, paradójicamente, el mismo Jake. Y, sin embargo, vemos como, el Avatar de Jake es, a su vez, una manifestación de su sombra, quien está más cerca de las praderas y selvas primigenias, del fantástico mundo de lo Inconsciente y de la sabiduría tribal chamánica, tan lejanas al progreso civilizador de Occidente. Justamente, su Avatar sombra (recordemos que este Avatar es, en realidad, un engendro biotecnológico de su hermano fallecido), lo acompaña, en ese descenso y la visión, a los pocos días, del panorama del mundo de Pandora lo pone en contacto con todo aquello que le esperaba en sus adentros, cerca de las raíces de su propia conciencia, en los remotos lugares donde sabemos que habitan las funciones inferiores (en occidente, el sentimiento y la intuición), que son un estrecho puente a través del cual el héroe transita hacia ese otro mundo que es lo Inconsciente Colectivo.

El ánfora de Pandora, Prometeo y el Robo del fuego divino
De las pocas obras de Esquilo que hoy se conservan, encontramos una Trilogía muy significativa, la obra escrita sobre los misterios del dios Prometeo, de la que la historia se ha encargado de ocultar dos de estas enseñanzas iniciáticas, que fueron desveladas sin permiso y que se practicaban en estas escuelas mistéricas: Prometeo liberado y Prometeo portador del fuego. De ambas obras, únicamente ha quedado una, con un título muy significativo, "Prometeo Encadenado". Prometeo fue el Titán que sacrificó su estado divino para poder acercar el fuego al Hombre, símbolo de la Sabiduría y el conocimiento en todas las Tradiciones iniciáticas.
Vemos, pues, que la película AVATAR entronca, precisamente, con este mito prometeico, al denominar al nuevo mundo con el sugerente nombre de Pandora. Etimológicamente, se ha conferido a la palabra Pandora diferentes significados: Para Paul Mazon y Willem Jacob Verdenius, Pandora significa "el regalo de todos", mientras que para Robert Graves, significaría "la que da todo". Para este último autor, Pandora se relaciona con la Eva bíblica, la primera mujer que, en una sociedad patriarcal como la griega (y, posteriormente, la judeo-cristiana) es el origen de todos los males de la humanidad. Puesto que Pandora es creada bajo el mandato de Zeus, colmada de virtudes por los respectivos dioses olímpicos, y cuya curiosidad la llevó a abrir el ánfora de su marido Epimeteo, liberando así todas las desgracias humanas. Volvemos a encontrarnos aquí con dos hermanos gemelos: Prometeo, el que vé el futuro, el pre-visor o presciente y, Epimeteo, el que reflexiona más tarde. En lenguaje analítico, Epimeteo representaría la extraversión y Prometeo, la Introversión. De modo que, en la película, quien muere es Epimeteo, el extravertido, y es Prometeo, el Introvertido, el héroe que se relaciona con el Mundo Interior, con lo Inconsciente Colectivo, es decir, el que accede al nuevo mundo de Pandora.

Quedémonos con dos aspectos importantes:
1. Pandora es el origen del mal para la humanidad.
2. Su nombre, en cambio, alude a una mujer que lo da todo, o que es un regalo de todos.

Estos dos temas aparecen muy bien ilustrados en la película AVATAR, tanto por lo paradisíaco del lugar, muy parecido al Edén, cuanto por los peligros que entraña el mundo de Pandora para los seres humanos (su atmósfera no es apta para los humanos). Pero, como vemos en el mito de Prometeo, éste Titán roba el fuego a los dioses para entregárselo a los hombres. Es decir, trae el don de la consciencia, de la luz diferenciadora, a la humanidad y, por ello, sufre un destino fatal. Liz Greene, en su libro Urano en la carta natal: El arte de robar el fuego, dice de Prometeo que "roba a los dioses el potencial de la consciencia". El fuego del que se apropia es solar, es la chispa divina de la inmortalidad, de la consciencia del Self (Atman, Sí-Mismo), que existe dentro de cada ser humano. Es también el fuego de la imaginación y de la visión, a través del cual la divinidad solar y la creatividad individual se hacen conocer.
Este mito está íntimamente relacionado con el símbolo de Acuario que, desde un punto de vista astrológico, rige el nuevo aion, era o ciclo. Resulta importante reseñar que Acuario representa la unión de los contrarios y, por lo tanto, el conocimiento (gnosis) de la Unidad trascendente e inmanente. Y, por consiguiente, este símbolo se relaciona con el conocimiento esotérico o iniciático: ¿Quién soy? Sólo unos pocos han encontrado las respuestas, pues "muchos son los llamados y pocos los elegidos". De modo que, el héroe de la película AVATAR, es un héroe típicamente acuariano o prometeico. A estos héroes, a estos iniciados, se los ha llamado, Magos, Maestros, Hierofantes, Sabios, Filósofos, aludiendo a que, todos ellos, profundizaron en un conocimiento místico de la Verdad, y no dudaron en dedicarse al estudio profundo de la Vida. La Ciencia es, desde luego, una manifestación muy prometeica, muy acuariana. Pero la Ciencia en mayúsculas, aquella que indaga y profundiza en el conocimiento de los principios universales que rigen en el macrocosmos y que se manifiestan en el microcosmos.
Lo que Prometeo les da a los hombres, algo implícito en el símbolo de Acuario, es el medio para dominar la naturaleza, a través del poder del conocimiento de las leyes universales. Esto se asocia a una liberación de los instintos y de la naturaleza, de modo que los hombres puedan dominar el medio en el que viven (la Tierra). A este proceso se le conoce como civilización. Por lo que el fuego que roba Prometeo a los dioses permite al hombre que realice su proceso civilizador que es, en último término, diferenciador.

Y, tal como se representa en la película, el nuevo mundo, Pandora, es, ciertamente, el ámbito de la Diosa, Gea, Gaia. Y, la mujer que guía a nuestro héroe es una aspirante a Sacerdotisa de Pandora. Por lo tanto, en AVATAR, el mundo de Pandora tiene esa doble significación mítica: por un lado, para la consciencia prometeica, tecnológica y científica, la Diosa es una amenaza y un obstáculo al progreso. Pero, al tiempo, Pandora constituye el remedio que cura a la humanidad de su enfermedad, que es ese orgullo que provoca el alejamiento de lo instintivo. Y este es, en verdad, la consecuencia del robo del fuego. Cada vez que obtenemos un mayor caudal de sabiduría, un aumento del nivel de consciencia, lo instintivo, la naturaleza (dentro y fuera) reclama un tributo: el aislamiento, la soledad y el conflicto entre tendencias contrapuestas son las consecuencias de semejante apropiación.

Innovadoras relaciones de pareja
El problema de las relaciones de pareja, ciertamente, se está convirtiendo en un campo de batalla. Quizás el más significativo de los actuales conflictos y, se podría decir, que el más arquetípico de todos. Con esto quiero decir, basándome en mi experiencia, que el quid de la cuestión, es decir, lo que, a mi juicio, se encierra tras la maraña de una guerra abierta en buena parte de las relaciones de pareja (la Caída de las Torres Gemelas, fue, para mí, un signo externo y un símbolo, a su vez, de la Caída de las estructuras obsoletas sobre las que descansan la mayor parte de las relaciones de pareja) es que el modelo relacional demanda una transformación radical. Esa transformación consistirá, tal y como parece atisbarse en ciertas relaciones maduras, que he podido conocer (siendo, esos miembros participantes de las nuevas relaciones, unos pioneros, desde luego); como digo, esa transformación consistirá en una maduración interior de ambos miembros de la pareja; una maduración sustentada en una evolución de sus consciencias a ciertos niveles, en los que se incluya, no sólo la consciencia de los factores personales inherentes a toda relación, esto es, los cotidianos, los del día a día, sino también, y esto es básico, la consciencia de los dominios trans-personales que están involucrados en dicha relación. Esta toma de consciencia, que va desde los factores personales, pasando por los interpersonales, a los trans-personales, permite superar y/o trascender el modelo patriarcal que hoy predomina en la sociedad moderna (aunque en un estado decrépito y marchito) para abrazar un modelo integral e integrador.
Desde luego, esto supone un reto sobresaliente, pues exige de la pareja que ambos sean individuos completos, independientes y autónomos, de modo y manera que la relación no se base en la dependencia mutua, o del uno por el otro; es decir, que ninguno de los dos sea una muleta para el otro... una muleta que, con el tiempo, se convierte en una carga insoportable de llevar. Esa independencia, esa libertad de elección (se está con el otro porque uno así lo ha querido, o elegido, y no porque dependa de él/ella) conlleva, a la postre, un compromiso verdadero en la relación de pareja y ese compromiso, en el fondo, es, ante todo, y sobre todo, para con Uno Mismo, y para con el Otro. Y, así entendida, la relación de pareja del futuro entraña una superación mutua y una entrega mutua en pro de un proceso individuatorio (o sea, de una autorrealización) de ambos participantes. En cierto sentido, podemos ver un atisbo de este tipo de relación en la película Avatar, cuando el Amor nace entre el protagonista, Jake Sully, y la aspirante a Sacerdotisa de Pandora, Neytiri, una personificación de su anima.
Las letras de multitud de canciones de cantantes modernos/as, en los que se incide en la importancia del otro, como, por ejemplo, la conocida canción de Amaral, titulada "sin tí no soy nada", en el fondo, están reflejando un motivo legítimo y una tendencia arquetípica que yace en lo más profundo de todo ser humano. La tendencia arquetípica que busca la realización personal más completa y que, en psicología analítica, denominamos proceso de individuación. Ahora bien, lo que demuestran esas letras es la inconsciencia desde la que cual se expresa. Esto es, la ignorancia de la pauta arquetípica que bulle en el caldero de lo inconsciente. Y esto supone que lo que debería ser en acto, sólo lo es en potencia.
Pero, ¿en qué consiste esa tendencia arquetípica a la que aludía escasas líneas más arriba? De un modo muy resumido, y utilizando el lenguaje de la psicología analítica, consistiría en la conexión con, y en la colaboración consciente en el despliegue efectivo del, Ser interior que habita en todo ser humano. En ese proceso, en el que el individuo va, progresivamente, desplegando sus potenciales, y, por consiguiente, profundizando en su autoconocimiento, lo masculino en la mujer, su animus, y lo femenino en el hombre, su anima, son los intermediarios en ese camino que conduce a la realización de su Ser interior. Ese camino de autorrealización es, ciertamente, diferente en el caso de la mujer que en el del hombre. La personalidad superior viene simbolizada, en la mujer, por una Anciana Sabia que representa toda la Sabiduría de lo Femenino, de Gaia o Gea; podría decirse que es una auténtica Chamana o una Sacerdotisa (represéntese el lector la relación entre Neytiri y su madre, la mujer que interpreta la voluntad de la divinidad, una especie de Profetisa, en la película Avatar); en cambio, en el hombre, la personalidad superior viene simbolizada por un Anciano Sabio, al modo de un Merlín, en las sagas artúricas, o de un Mago, como Gandalf el Blanco, en la epopeya titulada " El Señor de los Anillos", y representa toda la Sabiduría Superior (en Avatar vendría simbolizado por el padre de Neytiri, el jefe de la tribu), el conocimiento superior de la chispa divina (de los principios universales); La mujer, gracias a su animus-logos spermatikós (para los estoicos, el logos spermatikós es la razón generadora de todas las cosas, la potencia original y creadora de todas las cosas, la divinidad que abarca, dirige, da vida y destino a todas las cosas de la Naturaleza), puede tener acceso a los principios universales y, con ello, a la Sabiduría de la Chamana; El hombre, a través de su anima, se puede relacionar con la Naturaleza y sus ciclos, dentro y fuera, y puede, con ello, tener acceso a los productos de lo Inconsciente Colectivo y, en último término, a su Sí-Mismo o Anciano Sabio, como vemos que le sucede a Jake Sully, el protagonista de Avatar.
Por eso, cuando las personas son inconscientes de esos desarrollos, de esas evoluciones que se dan en su interior, y que emergen al ámbito de la consciencia, a través de un proceso dialéctico entre consciencia e inconsciente, esos mismos desarrollos o evoluciones (y las imágenes en las que están contenidos e investidos) son proyectados al exterior, cargando al otro, a su pareja, con unas expectativas tan elevadas, que sólo un dios podría llevar a cabo. Téngase en cuenta que, las entidades a las que me refería, como son el anima, el animus y, sobre todo, la personalidad superior (también llamada, Sí-MismoAtmán interior, o Cristo Interior) permanecen en la más completa inconsciencia para la inmensa mayoría de las personas. Y, por consiguiente, son esas mismas entidades autónomas, las que se proyectan al exterior, invistiendo al compañero, al amante, a la pareja, con ese halo de numinosidad que proviene de dichas imágenes arquetípicas. Por tanto, en realidad, el único responsable de lo que a uno le sucede y, por ende, de lo que atrae, es uno mismo. Pues es uno mismo quien ha proyectado en el otro algo que, en verdad, pertenece a sí mismo. Por no hablar de que, al así hacerlo, uno mismo induce en el otro cierto tipo de comportamiento o comportamientos. Khalil Gibrán lo expresa de un modo poético cuando dice, en el capítulo El Crimen y El Castigo, del libro titulado El Profeta, lo siguiente:
"Si alguno de vosotros trajera a juicio a la mujer infiel, haced que pesen también el corazón de su marido en la balanza y midan su alma con medidas... Sólo así sabréis que el erecto y el caído no son sino un sólo hombre, de pie en el crepúsculo, entre la noche de su yo pigmeo y el día de su dios personal."
De ahí que, en realidad, lo que diferencia una relación madura de otra inmadura es el nivel de consciencia de ambos involucrados. Y es, precisamente, esa consciencia de que algo Trascendente e Inmanente a ambos miembros de la pareja los ha unido con un propósito determinado, el que marca la gran diferencia. Una vez se es consciente de eso, ya no cabe culpar al otro, en este caso, a la pareja, de los conflictos que uno mismo ha de superar [3]. Eso sí, en este caso, con la colaboración de la pareja, tal y como viene representado en AVATAR, entre Neytiri y Jake Sully. Éste, gracias a la ayuda recibida por su amada Neytiri, se convierte en el héroe acuariano (prometeico) capaz de unificar a todas las tribus, para hacer frente a los espurios intereses corporativistas, de un Sistema basado en el materialismo más voraz, y que tiene claras analogías con el Sistema Político-Económico-Financiero (institucional, si se prefiere) que actualmente impera en la Civilización Occidental.

El viaje al mundo de Pandora
La película "Bailando con Lobos" muestra cómo un yanki, aislado de sus compatriotas, consigue acceder a una tribu sioux, conocer sus costumbres, hasta el punto de integrarse en ella, como un miembro más de esa tribu, y, con ello, transformar su consciencia "hilotrópica", lineal u horizontal, para entendernos, en una consciencia "holotrópica", es decir, capaz de contemplar y de dirigirse hacia la Totalidad. Y, en efecto, esa misma transformación le acontece a Jake Sully, el protagonista de AVATAR, al acceder al Mundo de Pandora y convivir con los Na´vi. En ambas películas fue determinante, en el proceso de integración en la tribu, la relación de pareja entre los protagonistas y las respectivas indígenas.
En este mismo sentido, cabe mencionar una película, bastante más antigua, del año 1970 creo recordar, que se titula "Un hombre llamado Caballo". En esa película se ve cómo el protagonista sufre una iniciación, en el marco de un ritual indio. Y esa iniciación tiene que ver con su acceso al mundo de los ancestros, al más allá espiritual, que la psicología analítica denomina lo Inconsciente Colectivo, contactando, por lo tanto, con la corriente espiritual que recorre todo tiempo y lugar.
Sin embargo, y sin desmerecer para nada la calidad de ambas películas, ninguna de ellas introduce lo que, en mi opinión, es un tema novedoso y, sobre todo, muy actual: la crisis energética planetaria, que, en la película AVATAR, padece la Tierra. Y, precisamente, es una buena representación de la crisis planetaria actual. La crisis económico-financiera global no es sino un epifenómeno más, como lo es la grave crisis ecológica mundial (el incremento vertiginoso del calentamiento global y el deterioro de la capa de ozono, son los fenómenos más conspicuos). Es decir, que esas crisis, son manifestaciones de un Ocaso de Occidente. De un continuo y progresivo deterioro de los pilares espirituales sobre los que descansa Occidente, a semejanza de un tumor maligno que en su metástasis los va corroyendo por dentro. Es así que, esas crisis a las que me he referido, no son sino manifestaciones del proceso de muerte-renacimiento al que se ve abocada nuestra cultura, es decir, una de las expresiones más conspicuas del final de una Era, la de los peces. Un final que es, al tiempo, también un principio de una nueva Era, la del aguador que abrevará con el aqua sapientiae a aquellos que colaboraren con la inevitable transformación que se está gestando. Y, así, vemos en AVATAR, la necesidad de conseguir un LAPIS, una preciada piedra llamada "unobtainium" que, según parece, posee propiedades extraordinarias, únicas e imposibles de obtener en el mundo terrestre. Una especie de "oro de los alquimistas". Y esa "unobtainable" (inaccesible o inalcanzable) piedra es la que, según parece, salvaría la Tierra de la crisis energética, en la que está sumida. Mas, como dirían los alquimistas, ese LAPIS, esa piedra preciosa, que es un tesoro difícil de alcanzar, no es el oro vulgar (es un "aurum non vulgi"). Además, sabemos que, antes de que se adoraran a las Vírgenes Negras en la Edad Media, se adoraban las piedras sagradas. Estas piedras, normalmente de color negro o gris oscuro, son una manifestación de la Diosa Madre. Y, dichas piedras sagradas, en el Mediterráneo antiguo y en el Próximo Oriente, recibían nombres como el de omphalos o el de betel. Este último nombre procede de la palabra baytili que significa "la casa de dios". Y, baytili se asemeja mucho a Naytiri, que es el nombre de la Na´vi que inicia a Jake en el Mundo de Pandora. Y, como muy bien viene representado en AVATAR, el verdadero problema, el mal que padecen los humanos, es su distanciamiento para con la Naturaleza (tanto exterior, hoy denominada Medio Ambiente; cuanto, interior, o sea, lo instintivo y, en último término, ese Mundo Interior que es el Sistema Psíquico). Resulta que ese LAPIS difícil de obtener, el yacimiento del valioso mineral, está justo en el lugar en que los Na´vi están asentados. O sea, que se halla en el Mundo de Pandora, que, además, resulta ser, en realidad, una luna de un mundo recién descubierto. Y, como es bien sabido, la Luna es un símbolo de la antigua Diosa, como lo es la propia piedra salvífica. Y, fíjense en el detalle, encima coincide que el principal yacimiento está enclavado en el lugar del Gran Árbol, que es el símbolo más importante del lugar, y aquello que más aprecian los Na´vi. Ese Gran Árbol es, desde luego, un símbolo del Gran Árbol del Mundo, que es el Axis Mundi, el Ombligo del Mundo, el Árbol de la Sabiduría o del Conocimiento del Bien y del Mal. Un símbolo del Gran Espíritu divino. Desde luego, si entramos a investigar el simbolismo del Poblado de los Na´vi, hallamos resonancias con el Paraíso bíblico, tal y como se narra en el Génesis, del que fueron expulsados Adán y Eva. Y, precisamente, porque Adán, acicateado por Eva, comió la manzana del Gran Árbol del Conocimiento. La manzana es un símbolo de la sabiduría agrícola. Sin embargo, en este caso, se trata de una suerte de retorno al Paraíso Perdido, del que la humanidad fue expulsada. He ahí la gran diferencia, y lo que de más novedoso y actual tiene esta película. Puesto que lo que refleja, de un modo simbólico, es la necesidad del ser humano moderno de retornar al Paraíso, un Paraíso que está enclavado en lo más recóndito de Sí-Mismo. O sea, que Jake Sully, el héroe solar acuariano, protagonista de la película, inicia un viaje a la Luna (el mundo de la Diosa Madre). En cierto sentido, esta película está muy relacionada con mi libro "El Retorno al Paraíso Perdido", donde describo, en lenguaje psicológico, ese viaje a la Luna, un viaje a las entrañas o al útero de la Diosa, necesario para que se produzca una renovación o, mejor, un renacimiento de la personalidad del héroe de la película (Jake Sully).
Y, otro asunto muy, pero que muy actual. El Mundo de Pandora, especialmente el lugar en que habitan los Na´vi, su hábitat, demuestra ser un lugar muy especial. Un lugar en el que todo está conectado con todo, en el que existe una increíble interrelación de interdependencia entre las distintas manifestaciones de la Vida. Lo importante no es su riqueza específica, ni tan siquiera su biota. No. Lo importante, y he aquí lo actual, donde se manifiesta el arquetipo acuariano, es que se trata de un Mega-Sistema que bien podría denominarse GAIA. Por tanto, vemos ahí la influencia de la Hipótesis GAIA que enunciara James Lovelock y que defendiera también la bióloga Margullis. Y GAIA es el nombre que recibía la antigua Diosa Madre, esposa-hermana-amante de héroes (dioses o semidioses) como Dioniso, Attis, Mitra, Krishna o Cristo, por lo que es muy oportuno el nombre de Pandora, para ese Nuevo Mundo que, como he comentado antes, es, además, una Luna de un planeta recién descubierto.
Asimismo, vemos con claridad las dos perspectivas que el psiquiatra Stanislav Grof denomina "orientación hilotrópica de la consciencia" y "orientación holotrópica de la consciencia". O, dicho de otro modo, paradigma cartesiano versus paradigma sistémico o integral. El primer paradigma es lineal, analítico, orientado hacia los objetos del mundo exterior, lo tangible, lo que se puede ver y tocar (las partes materiales); es, también, reduccionista, mecanicista, materialista e instrumentalista, interesado en el Dinero y el Poder, en la película. El segundo paradigma es holístico, ve las relaciones de interdependencia, los patrones o principios universales que subyacen a la realidad material, y, por tanto, contempla los estados no ordinarios de consciencia (es decir, estados que conectan con realidades que se encuentran en el "Más Allá"). Aquellos que han despertado, como le sucedió a Jake Sully y, antes que a éste, a la Dra. Grace Augustine y el grupo de científicos que ella lidera, a la realidad de Pandora, están en condiciones de adoptar una perspectiva integral o sistémica, al tiempo que simbólica, y se dan cuenta de que el verdadero tesoro, el Lapis Philosophorum muy difícil de obtener, no reside en el "oro metal", en el mineral, sino en el propio entorno de Pandora, en la realidad subyacente a lo estrictamente material: la interrelación e interconexión de todos los elementos y de todos los seres que habitan en Pandora.
Del análisis simbólico precedente se desprende que la película tiene mucho de actualidad. Uno más de los signos que muestran esa actualidad lo hallamos en que contiene una amalgama sincrética, de símbolos tomados de muy diversas tradiciones. Muy probablemente, James Cameron, no haya sido plenamente consciente de todo este simbolismo que encierra su película cuando la realizó, así como tampoco cuando escribió el relato corto que luego llevó a la gran pantalla. Sin embargo, el proceso creativo acaba manifestando lo que, en la corriente subterránea de lo Inconsciente Colectivo, está gestándose desde hace bastantes años.


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