Centro Holística Hayden

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21 de mayo de 2016

EL CENTRO DRAMÁTICO DE NUESTRAS VIDAS

Hablando sobre las cualidades de los grandes Avatares que han encarnado para conducir a la humanidad el Maestro Tibetano nos dice que “son intermediarios divinos y pueden actuar de esta manera porque se han emancipado completamente de toda limitación y sentimiento de egoísmo y separatividad, y ya no son – de acuerdo a las comunes normas humanas – el centro dramático de sus propias vidas, como lo somos la mayoría de nosotros.”

El centro dramático de nuestras propias vidas… es como para pensarlo…  Somos el Alma. Lo repetimos y lo repetimos en nuestras oraciones, en nuestras meditaciones, cuando hablamos de la enseñanza y, sin embargo, en la vida de todos los días solemos colocarnos en ese centro dramático y desde allí miramos el mundo, hacemos nuestros juicios y decidimos nuestras acciones.


Como ese centro dramático es el que no nos deja ser feliz vamos a mirarlo más de cerca y ver cuáles son sus elementos constitutivos. Primero; ese centro dramático tiene memoria. Y no sólo tiene la memoria de lo que te ha pasado en tu presente encarnación, sino que tiene memorias grabadas de lo que te ha podido ocurrir en otras vidas y también de experiencias que pertenecen a tu cuadro familiar y hasta nacional. Memorias de tu abuelo, de tu abuela y toda la línea de antepasados.

Te digo más, la sustancia de la que se compone tu cuerpo físico, emocional y mental tiene un programa que responde a un Universo anterior, sí, a una pasada encarnación de nuestro Logos Solar. La Señora Blavatsky lo expresó así cuando dijo que este Universo se construyó en base a una sustancia karmática. Si a la palabra Karma le das el significado de “memoria” o “programa” lo vas a entender mejor.

Llegamos entonces al segundo elemento: ese centro tiene el programa de la autosatisfacción. Busca vehementemente satisfacer sus deseos y cuando se le pasa la mano nos mete en verdaderos problemas. Surge el apego con toda su secuela de sufrimiento y empezamos a ser prisioneros de nuestros gustos y disgustos.

El tercer elemento proviene de los otros dos y es la tendencia natural al egoísmo que nos hace mirar el mundo a través de las creencias (memorias en tu cuerpo mental) y sentimientos (memorias en tu cuerpo emocional) con el resultado de que no vemos el mundo como es sino como somos nosotros. Cada uno en su eterno monólogo.

Se dice que toda la creación tiene un doble y simultáneo flujo de energías, unas que descienden y otras que ascienden y la tercera energía es el equilibrio entre las dos. Las energías que descienden van de lo sutil a lo denso y las que ascienden, de lo denso a lo sutil. La clave es mantener el equilibrio entre estas dos corrientes, fluyendo libre, en el libre fluir de la vida para poder recibir el abundante prana y permanecer conectados con nuestra mente superior que sabe que somos el Alma.

El centro dramático de nuestras vidas tiende a sacarnos del estado de flujo y nos lleva de una a otra polaridad. Todo el tiempo somos o “anti” o “pro”. Si estamos muy activos respondiendo a la intensa actividad de la mente concreta una capa oscura comienza a acumularse entre la mente superior y la concreta. Allí está toda la basura creada por ese centro dramático en forma de odios, rencores, depresiones, apegos, miedos, etc. Como está dentro de nosotros lo proyectamos afuera sin darnos cuenta. Y entonces creemos que la causa de nuestro sufrimiento es ajena a nosotros.

Recuperar el flujo es recuperar la vida, es tener una actitud neutral que nos permita fluir sin ser arrastrados por esos estados emocionales y mentales de agitación y prisa.  Es buscar el equilibro entre el dar y el recibir, entre el espíritu y la materia, entre el ying y el yang; y ser testigos de nuestra propia vida buscando mirar los acontecimientos desde una perspectiva que se encuentre libre de ese centro dramático.

El Maestro D.K. nos dejó una fórmula que dice: “…que cumpla mi parte en el trabajo Uno, mediante el olvido de mí mismo, la inofensividad y la correcta palabra.” Ése mí mismo del que hay que olvidarse es ese centro dramático que nos mantiene dando vueltas alrededor del ombligo cuando es mucho más bonito dar vueltas por el corazón, y desde allí la inofensividad y la correcta palabra fluyen sin impedimentos.

El ideal de la fraternidad humana que Cristo expresó con el mandamiento “Ama a tu prójimo como a ti mismo” solo puede darse cuando te liberas de ese centro dramático y dejas de ser el personaje principal de tu vida para dejarle el lugar al Alma, tu verdadero Ser, cuya naturaleza es el amor y su ley, el dar y darse en bien de los demás.

Amigo, amiga, te invito a que reflexiones sobre esto que te escribo. Porque no hay palabras para expresar la magnífica realidad que nos espera cuando nos independizamos del centro dramático, no hay palabras… Puedes comprenderlo si te aquietas, te introduces en ti, buscas, no el centro dramático sino el centro de luz que hay en tu corazón, ese milagro de la vida que guarda el secreto de tu verdadera naturaleza, y allí te quedas por unos instantes, sintiendo que eres ese rayo de luz, ese sol. Allí está el enlace directo superior, allí  comprendes que no eres el pequeño yo del centro dramático de tu vida sino la vida misma que se hizo consciente, que es inmortal y eterna. Y entonces puedes decir con toda tu fuerza. “Yo Soy la brillante y radiante Presencia de Dios, atemporal, eterna, pura y perfecta. Yo Soy el Océano de Luz Purísima donde tiene su vida todo lo que contacte mi ser”.

Reflexionemos juntos para descubrir la luz del mundo que está en nuestros corazones.

Juntos, siempre juntos.

Con amor,

Carmen Santiago 

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