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21 de diciembre de 2017

Argentina 2017 (IX): Del anhelo de justicia al compromiso de sanación

Alejandro Lodi
(Diciembre 2017)

Viene de “Argentina 2017 (VIII): La polarización entre encanto y eficiencia”.

Si observamos el cielo en las próximas elecciones presidenciales de 2019 vamos a encontrar algunas claves sorprendentes. La fecha no está aún confirmada, pero sabemos que será en octubre. Si desde la astrología pudiéramos recomendar una fecha, creo que el domingo 20 sería preferible al 27. ¿Por qué? Bueno, el Sol estaría en 26° de Libra, en conjunción casi partil al Ascendente de Argentina; la Luna en Cáncer entre los 13° y 19° durante la jornada electoral, en tránsito sobre la oposición Sol-Luna natal de nuestro país; y el Nodo Norte en tránsito de conjunción partil sobre Venus natal (regente del Ascendente). Puede ser solo anécdota (¿lo es?), pero parece un día propicio.


Por supuesto, mucho más importante resultan los tránsitos mayores de ese momento. Dos de ellos también sobre Sol-Luna natal de Argentina: Plutón aun a 1° de la Luna y a 3° del Sol, y Saturno -sobretodo- a punto de completar el tercer paso (en noviembre al Sol y en diciembre a la Luna) e ingresar definitivamente en la casa IV natal.
Si, como vimos, las elecciones del 2015 se dieron bajo un clima uraniano, las del 2019 se darán en contexto saturnino. Aquello insólito, inesperado y sorpresivo que ocurre en 2015, encuentra en 2019 su tiempo de adquirir sentido de realidad y -de ocurrir así- de afirmarse y establecerse con solidez. El trasfondo es el contexto de transformación que los tránsitos de Plutón vienen indicando desde 2015 hasta 2019 (y que, incluyendo el de conjunción a Venus –regente del Ascendente-, se extienden hasta 2012).

Así como los tránsitos de Urano invitan a cambiar (que ocurra lo imprevisible y creativo) y los de Plutón a transformar (que emerja lo oscuro y temido), los de Saturno representan la oportunidad de madurar (frustrar fantasías y reconocer la realidad).

Mi sensación es que acaso el período 2015-2019 sea de transición y que la construcción de algo que sintamos distinto y diferenciado del pasado cobre visibilidad entre 2019-2023. De ser así, la actual presidencia no resultaría de fundación, sino de transición: una particular interfase entre el pasado y el futuro en la que se ponen de manifiesto (¿y se agotan?) prejuicios, condicionamientos, cosmovisiones ideológicas destructivas, creencias cristalizadas y todas las reacciones patológicas de la psique colectiva de nuestra comunidad que bloquean la emergencia de respuestas creativas.
En el período 2015-2019, de la mano de los tránsitos de Plutón y Urano al Sol-Luna natales, asistimos al “doble vínculo” entre la necesidad de responder a lo nuevo y la adhesión a las sentencias del pasado. Como en todo conflicto de fidelidades, el costo es emocional. No se trata de que triunfen ideas sino de sacrificar emociones.
Sabemos que en 2018-2019 Urano transitará en oposición a Júpiter natal. Como ya dijimos, momento propicio para actualizar y renovar las leyes de nuestra convivencia democrática, evitando la concentración del poder y favoreciendo su circulación, atenuando la uniformidad (una facción controlando a la totalidad) y estimulando la diversidad (la alternancia de distintas miradas). Esto lo hemos desarrollado en la quinta parte de esta serie: Argentina 2017 (V): La revolución del acuerdo.

Pero, además, en 2019 se dará un tránsito fundamental. En verdad, es un “acorde de tránsitos” entre 2019 y 2020:

Neptuno en tránsito de conjunción sobre Quirón natal.
Neptuno en tránsito de cuadratura creciente a Neptuno natal.
Júpiter en tránsito de conjunción sobre Neptuno natal.

Quirón, el arquetipo del sanador herido, el símbolo de “la herida que nunca cierra” de la cual brota el talento de curarla en otros, en 2019-2020 recibirá la conjunción de Neptuno por tránsito. Un momento de hipersensibilización de la herida que sentimos que nunca cierra en nuestra sociedad. Y para fortalecer más el efecto de Neptuno, Júpiter -el habilitador, el que entusiasma, el que enciende confianza- estará transitando en conjunción sobre Neptuno natal; o sea que hay una amplificación de esa sensibilidad que va a estar operando sobre la herida. Mi sensación es que la deuda de madurar el dolor que arrastramos durante décadas (social, político) está en un momento de pasar del anhelo de justicia a la sanación. Quiero decir, no es que una cosa sea válida y la otra no. La justicia es necesaria para sentir que algo se hace evidente, no se pone en discusión y se reconoce. Pero, para el trabajo profundo con la herida, eso es insuficiente. Aunque es necesario, es insuficiente. Sanar implica ir a una capa más profunda. 

Y yo creo que una gran dificultad para entrar en esa zona de sanación, son nuestras definiciones ideológicas respecto a qué ocurrió en nuestra historia. La convicción y la cristalización en nuestras creencias, en las ideas en las que configuramos la historia vivida. Necesitamos que el pasado sea “eso” que creemos. Y esa posición es la que nos impide el contacto con lo compasivo, con aceptar la percepción nueva que se habilita y que desborda las ideas en las que hemos hecho identidad.

El supuesto de que la propiedad de la violencia, de ser indiferentes al dolor del otro para confirmar el propio poder, sea exclusiva de una específica casta tradicional, clase social o facción política tiene que empezar a hacernos ruido, porque no es cierto. Si somos honestos, tenemos que aceptar que no es cierto que todo el mal que registramos en nuestra comunidad sea “culpa del otro” y que “los nuestros” sean ajenos a toda responsabilidad. Es necesario liberar a nuestra percepción de la polarización política, porque en ella inevitablemente terminamos justificando injusticias y crímenes. La polarización política es funcional a la autoindulgencia, es efectiva para liberarnos de “la culpa del pecado” y encontrar “los demonios afuera”, a preocuparnos por establecer quién empezó, a quién le duele más, quién cometió mayores atrocidades. Con Neptuno en tránsito sobre Quirón esas estrategias -defensivas, negadoras- se desvanecen, dejan de importar, se muestran irrelevantes (o, al menos, tienen la oportunidad de hacerlo).

Sentir que hemos sido víctimas de la maldad del otro, comprometernos con un anhelo de justicia y de que el otro pague por lo que nos hizo, es probable que se ajuste a hechos concretos y que sea un sentimiento y un compromiso necesario de asumir. No obstante, en algún momento del proceso de la herida, se revelarán insuficientes. El recorte de los hechos que nos ubica en la posición de víctima comienza a mostrarse como un filtro a una verdad más profunda, como una coraza que impide el contacto con la sanación. El desprecio por la vida, la justificación de la violencia, el deseo de exclusión del otro, el oscuro culto de la muerte y del sacrificio purificador ¿es propiedad exclusiva de nuestro victimario? ¿Es posible la sanación si permanezco en la convicción de que el otro es el mal y yo soy el bien, de que el otro es el odio y yo soy el amor? Respecto a la tradición violenta de nuestra historia y al horror de nuestro pasado próximo, por temor a “la teoría de los dos demonios” quedamos atrapados en “la certeza de un demonio”. Y si el demonio es el otro, yo soy el ángel redentor. Y mi violencia no es violencia, sino justicia.

La sanación de la herida implica la aceptación de una realidad más compleja que aquella que hemos construido desde nuestro sistema de creencias. Disolver el encanto ideológico para tomar responsabilidad perceptiva. Se trata de una tarea colectiva. No es obra de voluntades individuales, sino de una percepción que alcanza la necesaria masa crítica en la conciencia de la comunidad.

Todavía viven muchos de aquellos que protagonizaron la violencia política de los `70. Quienes tuvieron responsabilidades en la represión durante el gobierno militar cumplen condenas, aunque, en su propia defensa, no han dicho la verdad. Quienes formaron parte activa de la guerrilla y han sobrevivido, en favor de un relato que los favorezca ante los ojos de la historia, tampoco han contado la verdad. Quizás en ambos grupos pesen cargos de conciencia. Sabemos que no hay sanación sin verdad, que sanación es mucho más que hacer justicia. Sanar es saber la verdad, conocer los hechos, contar con toda la información posible acerca de lo ocurrido. Sin embargo, la necesidad de castigar a los culpables provoca en ellos la reacción de supervivencia de resguardarse en el silencio o la negación; es decir, el anhelo de castigar a los culpables bloquea la sanación. ¿Cuál es la solución para este “callejón sin salida”, la respuesta creativa para esta situación de “doble vínculo”?

El don de la sanación requiere decirnos y escuchar toda la verdad, liberados de amenazas de castigo. Privilegiar conocer toda la verdad antes que sentenciar culpables. Es la gracia del perdón: recordar sin castigar. El perdón no tiene que ver con legitimar injusticias, sino profundizar en la conciencia del dolor: que el victimario reconozca sus actos, escuche y asuma el daño provocado, sin necesidad de defenderse o negar ya que no será castigado por el otro. En el perdón, el victimario asume ante los demás su responsabilidad sin ser castigado, pero sin poder ya eludir la verdad, ni evitar -acaso lo más costoso- los reclamos de su conciencia. Con el perdón, quien perdona queda liberado y el perdonado contrae una deuda.

¿Cuánto podría sanarse nuestra herida argentina si los protagonistas de la violenta década del `70 que aún viven, a cambio de la gracia del perdón, quedarán comprometidos con decir la verdad que silencian o niegan? Aún vive, por ejemplo, la presidente Isabel Perón y muchos funcionarios relevantes de su gobierno ¿cuánta valiosa información podrían brindarnos acerca de la violencia política y de la actividad parapolicial de aquellos años? Todavía viven integrantes de los grupos de tareas de la represión ilegal ¿cuánto podrían aportar acerca del destino de los secuestrados desaparecidos? Están vivos muchos dirigentes de las organizaciones armadas revolucionarias ¿cuánto podrían decir acerca de la justificación del asesinato político, de sus operaciones violentas y de sus víctimas? Sabemos que es mucho lo que cada uno de ellos tiene para decir… y para escuchar. Hay mucha verdad para dar a conocer y para asumir. Es la condición de la sanación. Y estamos a tiempo.

Sería tremendo. Muy pesado…
Pesadísimo… También descubriríamos que hay más dolor del que creíamos. Que hay muchos más victimarios y más víctimas. Se revelaría la evidencia de que casi ninguna familia de este país es ajena al dolor que nos infligimos aquellos años. La violencia es un estigma compartido en nuestra comunidad. Quizás no nos toque en nuestra historia estrictamente personal, pero si nos exponemos a la información que circula a nuestro alrededor, seguramente descubriremos que alguien próximo a  nosotros carga con ese peso. Si la información circulara y nuestro corazón se encontrara dispuesto, el dolor compartido llegaría a nosotros.

En este punto, quiero compartir una experiencia personal.
Como gran parte de mi generación, desperté a la conciencia política con los movimientos de derechos humanos a principio de los `80. Mi mundo de relación estaba compuesto por personas que compartían esa mirada y ese anhelo de recuperación moral de nuestro país a partir de la necesidad de justicia para quienes habían sido víctimas de los horrores de la dictadura militar. Con la práctica profesional de la astrología, sobre todo con el trabajo de entrevistas, mi mundo de relación se expandió. Comencé a tratar con personas que también habían padecido la tragedia de los `70, pero desde un lugar que yo desconocía. En la experiencia de consulta se hizo evidente que el contacto  con el dolor de esas personas abría una dimensión humana que desbordaba el sustrato ideológico de mi percepción (del cual, no era consciente).
Era una situación que exponía la inoperancia de ensayar una devolución “políticamente correcta” y que, por lo tanto, me obligaba a una respuesta más humana. La vivencia concreta era ineludible: frente a mí, una persona de más de 40 años se quiebra de dolor al recordar a su amiga de la infancia -ambas hijas de militares- que con 15 años de edad muere víctima de un atentado explosivo en su casa familiar. Sentí que la astrología me estaba convocando a un salto de sensibilidad, que el contacto con esa persona implicaba la despedida de una visión del mundo. ¿Cómo podría explicarle a ese ser humano, sin abrumarme de vergüenza, sin sentirme tosco y brutal, que debía entender que “la dinámica de los procesos históricos incluye momentos en donde los conflictos de intereses llegan a un extremo en el que la violencia aparece justificada para propiciar cambios superadores”? ¿Cómo podría sostener esa visión, sin sentir que de ese modo evadía la profundidad humana que ese encuentro me proponía? En verdad, para que el encuentro con los demás adquiera esta dimensión no hace falta ser astrólogo. Ocurre todo el tiempo, en todos nuestros vínculos. Solo es necesario estar atentos y dispuestos a que se quiebren las corazas de nuestro corazón.

Todavía quizá nos importe demasiado qué pensaba el victimario o qué pensaba la víctima. Para dar una respuesta al suceso trágico, antes que abrir el corazón, nos ocupamos en establecer qué ideas tenía la víctima o qué ideas tenía el victimario. Valoramos más la ideología que la compasión. Sin darnos cuenta (o sin que nos importe) justificamos crímenes de acuerdo a “los contextos históricos” y a “los procesos socio-políticos”. Hacer contacto con el dolor, sanar la herida, nos compromete con una sensibilidad para la cual es absolutamente irrelevante las ideas de la víctima o del victimario. La fascinación ideológica, el hechizo de la batalla entre el bien y el mal, el encanto del arquetipo del enemigo, distorsionan la sensibilidad amorosa y obstaculizan la emergencia de la compasión.

Celebro que tengamos esta conversación. Creo que es algo necesario, pero es muy difícil encontrar ámbitos donde sea posible compartir y meditar sobre estos temas. O quizás sí se estén dando estas conversaciones en muchos otros espacios y yo esté atrapado en un prejuicio.

Ambas cosas pueden ser ciertas… (Risas).
Es lo más probable. De hecho, hay tres libros muy recomendables orientados a esta meditación: “El diálogo” de Héctor Leis y Graciela Fernández Meijide, “Eran humanos, no héroes” de la propia Graciela, y “De la culpa al perdón” de Norma Morandini.

La misma carta lo dice. Con Plutón asociado a Neptuno siempre narcotizamos, siempre generamos fantasías..
Bueno, Neptuno-Plutón puede ser velar el dolor, pero también ser sensibles al dolor.

Pero nos vamos a los extremos: o nos hipersensibilizamos y hacemos un drama, o lo tapamos y somos indiferentes…
También gastamos mucho Neptuno en relatos épicos, en fantasías en las que todo parece resolverse. Si hacemos contacto -real, concreto, vivencial- con lo que pasa, vamos a registrar una distancia enorme entre el relato y lo real. En nuestros relatos fantásticos y afectivizados hay un vacío de realidad. Falta Saturno. Nuestra forma narcótica favorita es responsabilizar a una facción, no apreciar que los hechos responden a la dinámica psíquica propia de la sociedad sino adjudicárselos a la acción deliberada de una facción. Por supuesto que los distintos actores políticos tienen su responsabilidad en los hechos, pero si cargamos de culpabilidad absoluta a una facción entonces generamos un chivo expiatorio: ellos son el mal y nosotros somos el bien, de modo que todo se resolvería mágicamente si logramos que “ellos” no existan y solo quedamos “nosotros”.

Tiene que ver con nuestro Plutón en Piscis…
Sí, con aquel núcleo que en nuestra primera nota -“Argentina 2017 (I): Afectivos, ilustrados, fascinados”– definimos como la patria fascinada.

Hay un encanto por el sacrificio. La fascinación de la entrega épica. Nuestro héroe nacional es “el Santo de la Espada”. Y San Martín era Sol en Piscis en XII, un piscis al cubo… (Risas). Ese recorte energético de la carta de Argentina es “un productor cinematográfico” que, ante algo que le resulta conmovedor, realiza una construcción de imágenes ideal que logra que los demás tomen por real. Esa construcción de imágenes encantadoras cumple la función de hacernos creer que somos sensibles a lo que está pasando, cuando, en realidad, es un narcótico que evita hacer contacto con la profundidad –terrible, oscura y amenazante- de lo que realmente ocurre.

Buscar ídolos para después voltearlos…
Ídolos, modelos o -en la actualidad diríamos- colectivos que encarnan un ideal épico, salvacionista, redentor. Y esto siempre nos expone al riesgo de la polarización, porque ese ídolo, ese modelo o ese colectivo encarna virtudes absolutas que deben ser sostenidas y que están enfrentadas a las del enemigo que representa todos los defectos. Es la lucha a muerte del bien con el mal.

Continúa en “Argentina 2017 (X): La rodilla de Macri (29, 58, 87)” de próxima publicación.



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